lunes, 27 de abril de 2009

SNOBISMO: LA ICONOGRAFÍA DEL ARTISTA


El exterminio de los Turpiales
Por. Rainier Céspedes, Artista Plástico

Confieso que me tomó más de 30 años decir en público y en privado que mi profesión es ser artista. En mi provinciano corazón sentía que por un lado era un alto honor denominarse así… en realidad “mucho alto”.

Pero, la imagen local que daban los artistas de aquellos tiempos, iniciando la década de los 70, era algo en verdad muy controvertida, ya que infortunadamente la vanidad ante el talento de cada cual se convertía con mucha facilidad en un poderoso e imparable argumento para la importancia personal o el culto a la personalidad.

Más tarde en la década del 80, ya con todos los vicios incluida la soledad y sin premios, desertando de una UN recién enmurallada en Bogotá, supe por escarmiento propio y leyendo al antropólogo Carlos Castaneda y las enseñanzas del indio Yaqui Juan Matus, qué era un lastre tan repesado para cualquier persona –imagino más para un(a) artista- ese asunto de la personalidad. Me reí mucho –y de mí- cuando don Juan Matus le decía a Castaneda que –aquí entre nos- la personalidad era un pedo.

En aquella época de adolescente ya se habían creado estereotipos alrededor de cómo lucir y seducir para “ser artista” y sigo confesando, algunos detalles me gustaban, los imitaba aunque mi natural timidez de provinciano me impidiera tomarme ese rol completamente en serio, algo sentía que no iba bien: Yo.

Digamos que las vanidades se feriaban al lado de las depresiones y el suicidio, claro que el talento es innegable pero me veía muy enano para hacer una verdadera obra de arte, casi renuncio para siempre. De tal forma, que sería imperdonable no dejar explícita la pregunta que entonces era más vigente: ¿Hasta qué punto el arte y los(a) artistas debería servir o prestarse para la insurrección que clamaba la época?

Bueno, no sé qué tan actual sigue siendo. Muchos murieron asesinados(as), fueron torturados y otros desaparecidos, tal vez sean fantasmas con fusiles de verdad como Silvestre Garavito el de Pablus Gallinazo.

Para qué voy a decir que no si sí, como dijo la Chimoltrufia, cantábamos –en privado y en público- coplas que rimaban con “asina como yo quiero colgar a tuitos los Lleras…” Es la guerra de siempre y para muchos estar del lado insurgente es ser de los “buenos”; además, el Ché era tan apuesto como una estrella holliwoodense.

Pero no es un juego… el silencio de muchas personas me ronda y son mis muertos, los de mi país y región. Siento que sólo ante ellos puedo y debo confesar mis recónditos secretos pero además que no tengo por qué etiquetarme para hacerlo con epítetos como “artista” o cualquier otra profesión u oficio. Por fortuna no necesito templos –cultos a la personalidad- ni tal vez palabras, menos tener tal o cual apariencia por muy revolucionaria que parezca.

A estas alturas, tan horizontales ya, no aspiro a pedir la sangre ni el cuerpo de nadie, ni en ostias, para mí que todos esos torturadores, asesinos, ladrones y corruptos que se mueran solitos. Las armas ya están en manos de quienes se consideran dueños y dueñas de ellas y, tal vez, defiendan una gran verdad o justicia; por lo demás y para los demás siento que aunque las armas también duermen, ya no sueñan.

¿O somos los zapatistas que las tienen para dejarlas? Ellos dirán en qué condiciones y momentos. Pero, aquí se enamoran de las armas por el poder que hacen sentir. Por mi parte, quiero decir que jamás me pude enamorar de una cosa ni besar la copa mundo de fútbol; por eso, renuncio a luchar con ellas porque las detesto con hartazgo, renuncio a querer matar a otra persona, por mí basta la imprecación de Porfirio Barba Jacob: la muerte viene y todo será polvo bajo su imperio. Polvo de Pericles, polvo de Codro, polvo de Simón.

Ahora, aunque no soy un adolescente, igual me duele la injusticia del mundo y conspiro contra ello; tampoco, acepto un orden donde haya privilegios pero no me siento representado como artista en actitudes que se auto declaran como objetivo militar. Esas palabras me parecen una perogrullada, irresponsable por demás, que entre nosotros nos digamos quiénes son los malos de verdad del paseo o vayamos a negar que el miedo existiera o existe.

Así mismo, que tampoco tengo un arma para defender mi estar que en medio de la incertidumbre, es un anhelo de equidad junto al otro(a), pero el miedo que me ronda ya no me paraliza. Cuando siento que no tengo miedo: ¿Para qué decirlo?

Acabo de recuperar una brevísima, atrevida, tachonada y melancólica composición de música para flauta dulce soprano, que se “me salió” hace más de una década, intitulada “Canto del Turpial libre”. ¿Para qué tenemos que decirnos entre nosotros, que estamos siendo o hemos sido testigos del exterminio de los turpiales?

Hoy preferiría que cantáramos “Si se calla el cantor” y que andar con pelo largo, sombrero o sandalias, en realidad no tuviera importancia para nadie, ni para mí mismo… y que lo único que importara fuera ser libre, la libertad cultural.

Foto: Proyecto Cartografías al límite. Serie Sercancia. Colectivo de Bucaramanga. 2008.

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