Por. Víctor Hugo
La exposición “Somos muchos”, curada por Katharina Dohm, estará abierta hasta el próximo 9 de junio en la ciudad alemana de Frankfurt y en ella su creadora no solo expande el humor para permitirnos reflexionar sobre lo preconcebido y normalizado; pero también sobre las reglas sociales que nos impuso el neoliberalismo y su ética laboral y se burla de ello con esa actitud disoluta en la gestualidad de sus piezas muy cercanas al concepto de alienación como lo propone el libro “Para leer al Pato Donald” (1972) de Ariel Dorfman y Armand Mattelart; además con sus estrategias artísticas que van desde la apropiación, la colaboración y la delegación, donde se ién es pregunta: ¿Quién es el autor?
Por otra parte, Von Bonin nos propone un alto para cuestionar una sociedad en estado de cansancio vegetativo y agotamiento permanente, esclavizada por los horarios y la multiplicidad de trabajos necesarios que solo nos alcanzan para pagar el alquiler y los servicios públicos puntualmente so pena de enfrentar la autoridad y la ley. Esos andamios construidos para sostener el poder y destruir paulatinamente, no solo la privacidad sino la desaparecida clase media profesional, las mismas que se niega a caer definitivamente y prefiere mantener su arribismo social, poniendo de relieve su visión art nouveau de su precaria vida cotidiana.
La alegría del fracaso
Quién de nosotros en la cultura occidental no recuerda la enfermiza obstinación del Pato Lucas que refleja la contumacia patológica de una sociedad narcisista y onanista determinada exacerbar al triunfo de los ganadores y a deleitarse con sus sabores, así sean de los otros, desde sus cómodos sillones frente al televisor donde transcurre su noción de actualidad, del aquí y el ahora.
Así indefectiblemente el capitalismo nos repiten como un mantra religiosamente intencionado y para que nunca se nos olvide su promesa de que “algún día nos tocará”, ese del “Pronto llegará / El día de mi suerte / Sé que antes de mi muerte / Seguro que mi suerte cambiará”, como dice la canción creada en colaboración entre Héctor Lavoe y Willie Colón, en 1973.
Sin embargo, a contrapelo de ese anhelante soporífero estado del éxito conquistado y del héroe engalanado con el olivo que hacemos nuestro, está el recurrente fracaso que nos hace reír de un Pato que maximiza hasta la normalidad la mentira, la violencia, y la traición. Es ahí, en estas maniobras de las acostumbradas jugaditas [de uribista consumado] donde aparece la escalera que nos conducirá definitivamente al cielo para alcanzar la victoriosa corona sin dolor alguno ni desprendimiento; así todo es color de rosa, como parece nos impuso a la sociedad la democracia liberal y en la que Freud nuevamente parece tener la razón.
Este personaje Lucas, que significa “el hombre que es iluminado” representado por un comic oscuro como su envoltura, donde anida su profundo y amargo egoísmo, se juega la vida sin ninguna consideración ética frente a su adversario y utiliza a los demás y a quien no todo le resulta exitoso.
No obstante, nunca deja de ser una amenaza bélica en búsqueda de su cuarto de hora, de su viralidad, de su reconocimiento, ese que en la actualidad se nos revele como valor social supremo y con ello Cosima pone en cuestión la esencia del capitalismo y uso del marketing para materializar la única realidad concreta: somos simples esclavos, es decir, alcanzamos la ciudadanía cuando expresamos la necesidad de pertenecerle y nos convertimos en sus consumidores, como lo presenta Néstor García Canclini en su libro
“Consumidores y ciudadanos: conflictos multiculturales de la globalización” (1995).
Tal vez, por eso, en la serie “Open Your Shirt Please” (2019), está en extrema tensión, el Pato Lucas lucha contra el inefable negro que lo amenaza con expulsarlo siempre. Al contrario, en las recientes obras textiles como Kalt Modern Teuer, Emporkömmling y Social Climber (2023), el antihéroe manifiesta un nuevo sentido de confianza en sí mismo.
Mientras, que en la escultura Church of Daffy (2023), finalmente triunfa y se nos presenta como un profeta con las manos en alto, casi que abriendo su devota alma a lo divino; sin embargo, su embriaguez de gloria lo tiene al borde del abismo y corre peligro de caer. En contraposición a esta escena, en Blame Shifting (2020), un grupo de Bugs Bunny están atrapados en el bote de la basura, este comentario a manera de coda parece ser una inevitable moraleja de la angustiante contemporaneidad que produce el sistema capitalista.
La Exposición
En la primera sala encontramos una instalación de lo que parece un juguete tierno de pollito gigante sobre un misil; además, de esos muñecos fetiches de peluche con esposas que inalterablemente nos habla de nosotros mismos, no solo al exponer nuestra imaginación, sino al materializarla en el otro. Así mismo, aparece un grupo de cerdos rosados yacen tumbados y cansados a la espera de una suerte de la que aún no son consientes (Open Your Shirt Please de 2019).
Por otro lado, encontramos una serie de textiles sobre bastidores, que von Bonin llama “Lappen” (trapos) y que parecen una especie de vallas publicitarias al estilo de los monocromos de Blinky Palermo de finales de los años 1960 o a las pinturas de Sigmar Polke sobre telas baratas. También, la artista usa fragmentos de texto para sus piezas elaboradas a partir de retazos (patchwork), como un juego de palabras contradictorias donde aflora el humor inteligente.
En este punto parece contradictorio referirse al humor inteligente, aunque es necesario cuando el único significado de lo que se supone chistoso es lo abyecto y la hipérbole como estridente burlar carnavalesca del otro y no al humor que nos hace pensar, como resolutivamente lo sentencia Les Luthiers: “El que piensa pierde”, así leen esta premodernidad de la que algunos se niegan a escapar y que se convirtió, es estrategia de la que la derecha Latinoamérica muy extendida por los medios corporativos de información para mantener el poder y de que nos hemos salido como sociedad.
Fotografía: ©Schirn Kunsthalle Frankfurt 2024, Photo: Norbert Miguletz y Dan Bradica