A contra luz de su propia realidad
Por. Victor Hugo
Los recuerdos los construimos a partir de la experiencia que tenemos con el mundo y por lo que somos, al margen de la realidad; de tal manera, que la imagen fotográfica opera como un dispositivo de interconexión, en medio de una sociedad narcotizada por las imágenes.
Hoy, nos devoramos insaciablemente a nosotros mismo a través de la imágenes que los vigilantes medios de información nos obligan a consumir. Estas van modelando la identidad y editando nuestra memoria, que dicho se de paso cada vez es más efímera.
En oposición a estos rasgos inequívocos de nuestro tiempo, la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, nos propone un recorrido por los “Recuerdos de la Realidad”, de la mano de uno de los más importantes reporteros gráficos del siglo XX en Colombia, Sady González.
La Exposición
El evento expositivo se inauguró el pasado 4 de abril y se puede apreciar en la Sala de Exposiciones Bibliográficas; esta muestra fue curada por Guillermo González y Margarita Carrillo.
“Recuerdos de la realidad” presenta una selección de 100 fotografías entre 1913-1979 y esta dividida en ejes temáticos: el etnográfico, la calle y la violencia (El Bogotazo, 9 de abril de 1948); además, de presentar imágenes de carácter deportivo y social.
La obras expuestas de Sady González hacen parte de su archivo fotográfico, adquirido en el 2012 por el Banco de la República, compuesto por 9.000 imágenes, que hoy están dentro del catálogo de la Biblioteca Luis Ángel Arango y disponibles para ser consultadas en todo el país.
A contra Luz
Siempre nos han dicho que la puesta en escena de las obras en una exposición tienen una intención, que nos proponen una lectura y llevan el sello de intrínseco de la pretensión que busca o nos señala su curador(es). De tal manera, que no se trata simplemente en colgar, de forma cuidadosa y limpia una serie, en este caso de fotografías, agrupadas temática y cronológicamente, sino que ese más se siente y se expresa en la sala.
A pesar de ello, en la exposición de Sady González no se alcanza a respirar esa tensión que la define, aunque algunos dirán que el mismo nombre lo sugiere: “Recuerdos de la realidad”, pero la sala no lo refleja. De hecho su lúgubre y pobre ambiente, mortifica tanto como las fotografías sobre la violencia que se desató el 9 de abril en las calles del centro de Bogotá.
Así mismo, en el recinto se crean zonas visibles y otras se encuentran en las penumbras como los recuerdos de una realidad reciente que se nos escapa y a la que apelan sólo cuando sirve para realizar un “fastuoso” acto conmemorativo para generar coyunturas políticas, las infaltables cortinas de humos ó los gestos narcisos del poder y las consabidas e indigestas megalomanías de la clase política. Así la historia y sus recuerdos también tienen sus réditos.
Al recorrer la exposición y avanzar por su zona de sangre, El Bogotazo, encontramos unas fantasmagóricas urnas donde está lo obvio, crudas imágenes de violencia encriptadas que no desafían al espectador sino que lo distancian como lo vimos en reiteradas oportunidades. Eso es lo obvio, no lo pensado ni reflexionado. Eso es el gesto común que no sorprende ni provoca, eso es definitivamente una especie de tautología visual que no enriquece sino desalienta y no nos permite reflexionar sobre nuestra propia realidad y sus recuerdos.
Y es que lo predecible no permite el juego sino la condena del silencio; lo previsible no se deja interpelar porque nos conduce infaliblemente a la conclusión del esperado deseo rosa del melodrama: los finales felices, ese deseable canónico no nos posibilita pensar sino que inmoviliza y cristaliza la conciencia, como el apacible mundo que siempre sirve a la mesa la publicidad, esa es la suprema conquista del ser contemporáneo [el narciso espera frente al espejo lo demás de los demás].
Al menos, esta exposición dejó a la vista el sistema contra incendios de la Biblioteca, como elemento simbólico-preventivo creo y por si acaso los incendiarios recuerdos intentaban darnos algún sentido a la singular historia del país y, tal vez, para combatir cualquier síntoma de recuperación de esta enajenación esquizoide que ya hace mucho tiempo hizo metástasis en nuestra conciencia, por cuenta de los medios comerciales de información, las iglesias y el poder.
La exposición de Sady no es menos importante que la de Durero, quizás se merecía un mejor trato, una mejor sala, donde siquiera se pudiera respirar y mejores soportes museográficos; igualmente, jugársela más en su diseño y no ese pálido intento de homenaje a la obra de Beatriz González, (“Decoración de Interiores”, 1981), con la que se ocurrió colgar unas telas impresas a manera de irredenta escenografía para resolver el problemático espacio vacío con el que recibe la sala al público.
Por todas estas razones esta exposición, lamentablemente quedó a contra luz de nuestra propia realidad y del país.
Fotografía: ©Hugsh, Aspectos de la Exposición de Sady González, “Recuerdos de la realidad”, Biblioteca Luis Ángel Arango, Banco de la República, Sala de Exposiciones Bibliográficas.