jueves, 9 de abril de 2009

PATRIMONIO Y REALIDAD


La última cena
Por. Victor Hugo

La mirada se derrumba. Dios miraba desde lo alto, por encima de la vida. Desde arriba la mirada no mira, enceguece el alma, se pierde hasta agotar el último de los alientos, se muere. Dios estaba muerto, no veía nada, era el aliento de un fantasma enfermo.

La mirada se derrumba. Dios percibía que no encontraba nada en que enredarse, en que entretener él sin tiempo de su no-cuerpo, que no era más que la débil fuerza de un aliento que quería hacer suyo y adueñarse de lo que no era todavía. Él pretendía juntarse en algo, tener una mirada. Hasta que un día logró conseguirlo, quedó igual, no encontró nada, no veía nada. Era la ausencia de luz, lo que lo perturbaba.

La mirada se derrumba. Se hace la que no mira, es la no mirada la que se adhiere al flujo gaseoso de los pensamientos. Dios miró eso, un perpetuo oscuro que se repetía en sus ojos, necesitaba algo más, un espejo. Dios necesitó del hombre y se inventó un mundo que brillara para tener una mirada. Así él podría, también tener un cuerpo, un alma, para dejar de ser un fantasma.

La mirada se derrumba. Acorralado por la oscura época, Dios sintió lo que no era y que pretendía ser. Ni siquiera podía sentir rabia porque no se encontró ni conocía su mirada. Estaba ciego de la furia, le dolía no verse así mismo, no poder saber quién era, ni cómo se veía y ni siquiera palpar el contorno de su aliento. No existía. Desaparecía, se desvanecía mientras un sepulturero esparcía silencios sobre el universo. La mirada de Dios era una luz muerta, era nada. Dios necesitó del hombre.

Todo comenzó así. Por eso Dios nos hizo a su imagen y semejanza, su espejo, para que nos estrelláramos con su mirada. Por eso siempre miramos desde el fondo, desde abajo, levantando los ojos hacia el infinito universo que nos trazó para que nos atreviéramos a mirarlo a los ojos, para que nunca nos diéramos cuenta que su universo es finito, para mantener indefinidamente su poder.

Sin embargo, nada es infinito, es simplemente el espejismo que Dios se inventó por miedo, como la culpa ó el pecado. Su temor va más allá, (el poder se derrota cuando somos capaces de advertir sus señales y de encontrar donde radica la fuerza de su mentira) por eso creó el infinito y nos enseñó durante mucho tiempo lo que significa lo sagrado, aprendimos muy bien la lección, después de nuestro propio éxodo.

Es sobre el infinito que radica nuestro temor, el temor a Dios (el temor a Dios es inmenso como el infinito universo), uno de sus mandamientos. Aunque sea así todo tiene su borde, su límite, porque nuestra mirada es infinita como el universo.

Por eso Dios nos sigue viendo desde lo alto, por encima de la vida y nosotros lo miramos desde abajo, desde el fondo de la fecunda tierra que parió nuestros temerosos ojos. Nos quedó sólo eso, levantarle sus iglesias como gesto de la más profunda de las obediencias, para que las oraciones se eleven al infinito de su cielo. Nos quedó sólo eso, este horror, este miedo que nos alimenta y que nos entierra. Aunque nos queda la fantasía de un sueño: Babel. Ese que también Dios se soñó como castigo de su propio desaliento.

(El fondo es para los muertos, lo que están abajo, los que se quedan en el infierno. El fondo es para nosotros los que estamos muertos, los que aún vivimos la sobre este infierno.)

Foto: Hugsh. La última cena. Antigua Casa de Mercado de Bucaramanga (1920-2009) Frente a la derrota del olvido y el silencio. B/N. 2008.

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