Por eso, esa noche de luna creciente lo inundó todo y, sin que nadie lo advirtiera, comenzó a hacer esas preguntas difíciles que ninguno se atreve a responder, pero terminan por estrellarse en esa falsa pared que nadie cruza por miedo o por vergüenza al pasado; quizás eso mismo le ocurra a la ciudad.
Cuentan los del puerto, como dijo Don Jesús, que solo sucede cada 250 años, como lo escribieron los fundadores en esos textos hechos con la fibra del lirio acuático secado durante nueve soles y protegidos con hojas de plátano, donde se hallaron los símbolos hechos con tinta de chapapote; estos manuscritos se encontraron a tres metros de profundidad en la séptima baldosa a la izquierda del sagrario de la que fue la primera capilla de la ciudad, dice la historia.
Algunos afirman que ese era el secreto guardado por su último acólito, quien sostenía: “durante la bruma de la luna creciente del último día del sexto mes del año 25 del vigésimo primer milenio, y después de las 3:00 de la mañana, comenzará a reinar la confusión y nadie sabrá qué camino tomar sino regresa a su esencia”.
“Ya no es tiempo de la espera… Es tiempo de posesión”, dijo con la férrea fe del pescador que todas las noches se atreve a navegar hacia el vacío de la noche. “Recuerden que nadie quita lo que el cielo selló”, fue la sentencia de Don Jesús antes de salir con su canoa río abajo.
Quizás ellos sabían que la gente podía venir de madrugada al puerto para esperar ese amanecer y que resultarían muy incómodas las revelaciones de quienes se atrevieran a observar el infinito; tal vez podrían entender su presente y sería muy peligroso que no retornaran a las iglesias ni decidieran no volver a ser los últimos de la fila.
Por eso, decidieron cerrar el puerto con dos años de anticipación, como se los recomendó el pastor y se los confirmará la astróloga después de leer sus velas. Pesa a ello, era mejor anticiparse a cualquier hecho o ruido de quien corriera el riesgo de contar la historia, aunque dejaron abiertas las cantinas para que este pueblo, una vez más, se sentara a contemplarse anegado por sus tragedias, mientras gritan los goles producidos por esas heridas que infectan hasta el alma.