jueves, 9 de julio de 2009

EN LA SALA DE EXPOSICIONES DE LA CÁMARA DE COMERCIO DE BUCARAMANGA



Arte y la banalidad del espacio
Por. Victor Hugo
«Y así, lo que yo llamaría el cuerpo -me alegro de hablar sobre el cuerpo desde este punto de vista- no es una presencia. El cuerpo es, cómo decirlo, una experiencia en el sentido de la palabra más móvil [voyageur]. Es una experiencia de contexto, de disociación, de dislocaciones». “Las artes del espacio”. Jacques Derrida.
Se soñaba así mismo el pasillo, después del trémulo cansancio que provoca la ocupación y unas copas de vino, ante el peso de su propio reflejo y la necedad que tiene el otro, cuando quiere conversar con un mundo mudamente ebrio, ese que señala la sombra de su propia historia, de escama pesada y resbaladiza que se nos escapa entre los dedos de la conciencia, para evitarnos desafueros y lagrimas a la hora de la contrición en medio del espeso ritual de cualquier templo.

Tenía que ser una simple pared para soportar tanto diálogo ignoto, porque el arte se enmudece ante la mesa opulenta del que simplemente pasa para su oficina, mientras tiende una radiante bóveda que alimenta vorazmente y reafirma el escrupuloso sentido del poder.

Tiene que ser eso, no una simple pared, sino la gárgola invisible que cuida de sí misma, de su propia ambición y haga llevadero el camino entre la escalera y el largo zaguán, que siempre desespera y nos enseña, que entre más distante es, se separa la puerta del aterrador síndrome del rey, ahora que no se tienden puentes ni existen torres, pero están las cámaras, las recepcionistas y los celadores, los que siempre han estado desde antes que estuviera en el Medioevo sentado el señor feudal; mientras, se apolillan los gestos y se pudre la argamasa con la que intentamos pegar los alientos.

Quizás, sea el arte, esa eterna disputa entre el artificio y la naturaleza, la simulación y la obscenidad del que se atreve a confabularse con los sentidos y sus significaciones, pero también, las proximidades de cuerpos que toman el riesgo de escucharse sin la banalidad ni la complejidad de la venganza efímera, cruel e insignificante de la ilusión. No.

Tal vez, sea el arte un cuerpo que se despelleja lentamente hasta sangrar prolíficamente en la metáfora del irremediable camino, donde nunca aparecen los atavíos, los aderezos ni los espectáculos sino la verdad desnuda que tienta a la realidad, pero que hace una fiesta de la vida, porque como lo dice mi buen amigo Oscar Salamanca, es una acto de amor, y no la vendimia decorativa del poder ni el gusto superfluo de lo que debe estar como obseso rehén de la desintegración del significante que se oculta, del que nunca será expuesto sino el acontecimiento que concibe al mundo como ejercicio de la avaricia y la exclusión del cuerpo, la subyugación enajenante del otro, su muerte.

Probablemente sea el arte, una postura del mecenas; afortunadamente nunca me han dejado entrar porque no estoy óptimamente vestido: -Mis harapos son mi mejor acto de simulación, sin que ello implique el olvido, mi enajenación; soy un escribano transeúnte de cuerpo prestado, desde donde simula mi cámara y se hechiza la mentira, la que nunca advierte esta realidad.

Aunque la pared se vista con su mejor muda, siempre jugará al fraude de la representación: ser una sala de exposiciones prodiga que respeta las obra y los artista; no obstante, sólo es la estratagema de lo que en este pueblo blancollaman Responsabilidad Social Empresarial.

Hoy, tendré el honor de ser este cuerpo: escenario de significaciones, urdimbre de palabra y un manojo de olvidos, porque como esa pared nunca espere ser lo que soy, soñaba el pasillo minutos antes de la inauguración de otra exposición.

Coda

-Álvaro, te deshaces como este fétido olvido… Álvaro, te visito por las tardes, detrás del vidrio furtivo, desde donde me protejo del creciente nazismo de una ciudad que lava su propia historia, como su riqueza.

Fotografías: ©Hugsh, 2009. ¿Ésta es la Sala de Exposiciones de la Cámara de Comercio de Bucaramanga?

1 comentario:

oscar salamanca dijo...

Álvaro, yo también he temido volver a convocarte porque aún sigue sonando tu nombre como un sinónimo, como un antónimo. Pero al leer esta poética invitación al nacimiento debo elevar, después de tantos años de olvido, tu nombre y con él, de nuevo, tu portentosa obra salvífica.
Ayer volví de nuevo a buscarte en los trastos viejos que una vez fueron tu hogar y tu refugio, recorrí como un ciego desmembrado la casa de mi madre, la pared terrosa, el orificio secreto donde una vez guardé para siempre mis más preciados tesoros.
Álvaro el taller que cuidabas tan celosamente ya no existe, en lo que era tu cuarto lleno de joyas de plástico y artilugios de vapor y hiel, ahora lo habita una extraña mujer y su hijo. Yo los observo con cuidado. De tu taller sobrevive una parte, allí se encuentra tu obra y la mía. ¡por fin dialogan cada una en su lugar! El sitio es verde y rosa, muy cerca del techo de teja española. Puedo, incluso mirar el solar, los vecinos, el gato escultórico, todo es verde y rosa certidumbre de la muerte prematura en el amor, quizás como bien lo dice Víctor, en el amor del arte.
Mi obligación será seguir rondando el zarpazo del enemigo con el ánimo desgastado de creer en esa temeridad que da no vivir entre nosotros. A mí me queda el esfuerzo de saberme tu albacea desahuciado por nuestra familia; a mí me queda conservar el polvo seco del ambiente de tu taller, ahora estrecho desgastado y hambriento, como si los muertos creyeran en el espacio, como si el arte viviera en esa pequeña cueva de ermitaño donde te hemos relegado.
Oscar Salamanca