Una nueva bofetada al patrimonio cultural, la memoria y los sabores de la cocina tradicional le propina el alcalde Distrital Jonathan Stivel Vásquez Gómez a la ciudad. El procaz hecho se materializó como resultado de las obras en el parque Santander, donde instalaron la arepa paisa como símbolo y mito fundante del imaginario cultural barranqueño, por lo que ahora compartirá protagonismo junto al tradicional machín, que apareció con la concesión De Mares en 1905.
Según como lo manifestó el anterior alcalde Alfonso Eljach Manrique, quien fue avalado por el Movimiento MAIS, estas obras son parte del plan de "desarrollo estratégico de renovación, preservación cultural y de gran impacto turístico", superarán los 60 mil millones y sus diseños estuvieron a cargo de la empresa barranquillera al servicio del Clan Char, Puerta de Oro, así lo anunciaba la alcaldía Distrital el pasado 28 de julio de 2021
Hoy este proyecto está bajo la práctica del ambiguo leseferismo cultural promovido por el mandatario local Vásquez Gómez, que revela el relativismo moral donde retoza la ciudad, en la que no hay un proyecto claro de territorio a largo plazo sino un Plan de Desarrollo de 2 billones de pesos aprobado por el Concejo en tan solo dos sesiones y que parece más una lista de mercado para cumplir estrictamente con lo que exige la ley, la clientela política pero que es altamente atractivo y seduce a la clase política por los negocios provenientes de su contratación.
El nuevo gesto plástico que constituye la "arepa paisa" como símbolo cultural del puerto petrolero y que ahora hará parte de su paisaje urbano, reafirma que la intención de la clase política de Barrancabermeja no es precisamente preservar su patrimonio cultural ni la memoria sino todo lo contrario, porque esta realidad es fruto de las decisiones tomadas por sus alcaldes, sus políticas públicas y las determinaciones del Concejo Distrital, es decir, es su responsabilidad que hoy sea una ciudad ocupada, humillada y silenciada.
De pura arepa
Cómo es probable que la inauguración de las obras del parque Santander coincida con la celebración del Día Mundial de la Arepa, que corresponde al segundo sábado del mes de septiembre, y para despejar dudas, hay que señalar que este tradicional alimento no es originario de Antioquia, muy a pesar de que siempre persigan ser los primeros en todo.
Esta vez, la historia nos remite al territorio venezolano, también muy desafortunado para ellos, dado que los paisas siguen alimentándose con un fantasma que proviene de las tierras del castro-chavismo que tanto aborrecen. De tal manera que, el término con el que se designa al pan de Los Andes, según señalan los cronistas, se origina con la presencia del maíz que provenía de Mesoamérica y se instaló en el Caribe entre los años 2.500 y 3.000 antes de que Jesucristo ofreciera pan durante su última cena.
Al parecer, fue la nación ancestral de los Cumanagotas de Venezuela quienes designaron con el vocablo "Erepa" al maíz. Luego, este término evolucionó para designar al alimento que en muchos países de la Patria Grande Latinoamericana pertenece a su tradición culinaria y que conocemos como arepa y que en Colombia tiene 42 variedades.
Territorio, sabor e ideología
El territorio es una construcción sociocultural que emerge en un momento histórico concreto, donde lo geomorfológico y lo biofísico reconfiguran a quienes lo habitan, genera características fenotípicas específicas, sus particulares formas de nombrar su realidad y los provee de su propia singularidad como sociedad. Por eso, no existe territorialidad que no esté anclada a la memoria, a la construcción de sus relatos, las relaciones simbólico-afectivas que nos definen, los saberes colectivos con los que gestionamos la realidad, la forma con que nos relacionamos y observamos el mundo.
Luego entonces, el territorio tiene sabor y no existe sabor sin olor, quizás algunos recuerden la novela "El Perfume" (Das Parfum, die Geschichte eines Mörders) de Patrick Süskind, quien de cierta forma nos propuso que cada época e historia entraña su propio olor. Desde este punto de vista, es posible que esa búsqueda desesperada y oscura de su protagonista, Jean-Baptiste Grenouille, por proveerse de su propia esencia no sea otra cosa que anclar su cuerpo a una territorialidad, a un momento concreto de su historia, dado que el territorio es nuestro cuerpo extendido y el olor tanto como el sabor son vitales en el entretejido de nuestra memoria.
¿Entonces, qué tiene que ver la insípida arepa paisa con las territorialidades de la memoria de los barranqueños? ¿Qué nos quieren imponer? ¿Con qué nuevos símbolos y mitos pretenden inocular nuestra memoria?
Lo primero que debemos puntualizar, antes de que alguien nos señale xenofobia, es que existen diferentes valores entre la antioqueñidad y los del paisa. Estos últimos se entienden como la expresión de la cultura traqueta o mafiosa y de los que se llenó la ciudad, tema que ya habíamos abordado en el artículo anterior sobre la nueva estática urbana en Barrancabermeja. Ahora bien, hay que recordar que la migración paisa en la ciudad comenzó con la consolidación del proyecto narcoparamilitar que legalizó Álvaro Uribe Vélez como gobernador de Antioquia y consolidó como presidente desde 2002.
Pero este rondó a Barrancabermeja, cuando por decisión del presidente, también paisa, Belisario Betancour Cuartas decidió construir la Troncal de la Paz, que curiosamente comenzaba en los predios de la Hacienda Nápoles del narcotraficante Pablo Escobar Gaviria y se extiende hasta el municipio de San Martín, Cesar. De esta forma, se le permitió una salida rápida a la producción industrial del oriente antioqueño y, también, por qué no decirlo, al negocio del narcotráfico; además, acabó con el sistema ferroviario del país (y su poderoso sindicato), con el fin de favorecer al monopolio del transporte de carga en manos de los paisas.
Así comenzó esta historia con los primeros grupos paramilitares: "los masetos" y los "tiznados" quienes obligaron a los campesinos del Magdalena Medio no solo a vender la tierra para la Troncal sino a los narcotraficantes. Grupos que fueron adiestrados en técnicas de terrorismo en Puerto Boyacá, que claro está solo podía hacer un judío, Yair Klein; además, el presidente conservador Betancur Cuarta fue asesorado por otro israelí, Rafael 'Rafi' Eitan, quien planificó el genocidio de la Unión Patriótica, que asesino a más de 5.000 de sus militantes hasta el año 2000.
Posteriormente, cuando Uribe Vélez llegó a la Casa de Nariño, el narcoparamilitarismo ya estaba consolidado y se había apoderado de la ciudad, infiltrando todo: el comercio, sus instituciones, incluyendo la Universidad, así como la política, hasta integrarse en las diferentes esferas sociales y actividades del puerto petrolero.
Pero, también, infiltró a Ecopetrol, en la que no solo ordenaba sobre su contratación sino en las empresas contratistas, al tiempo que saqueaba el combustible del tubo en complicidad con algunos funcionarios de la Refinería. Todo esto lo facilitó la decisión del Estado de traer mano de obra calificada paisa para ocupar cargos directivos y medios y como obreros del Complejo Industrial, mientras los trabajadores barranqueños quedaban en la calle y, finalmente, el fundador del Centro Democrático y expresidiario Uribe Vélez, la privatizó, no sin antes acabar con parte del sindicato petrolero (USO).
Entonces, ¿Será esto es lo que hoy quieren que olvide la ciudad? La pregunta es por qué. Todos sabemos que los paisas han hecho de Barrancabermeja su pequeño Medellín, donde viven los llamados narcos invisibles, protegidos por parte de la institucionalidad uribista. Además, sus 250 mil habitantes garantizan la dinámica económica que mantiene abierta esta gran lavandería para los recursos del narcotráfico y de cualquier otro negocio ilegal del país.
Para ello, mantienen la concentración de las tierras fértiles en el Magdalena Medio, la especulación inmobiliaria y el alto costo de vida, que se evidencia en el incremento desmedido en los precios de la canasta familiar. Mientras tanto, los emprendedores paisas se han apoderado del espacio público y la seguridad para crear este esperpento urbano: el gran bazar donde no es posible una ciudad para la vida.
El Parque
Las obras de la llamada renovación contemplan, además del Malecón del Río, el Mirador del Río (Mercado Gastronómico), el Centro de Emprendimiento “BIT”, las Obras de protección Muelle (Cormagdalena) y el Mercado Pesquero II Etapa; también contempla restaurar la Antigua Normal, la Capilla San Luis, los Parques Santander, Bolívar y el Ecológico de la Miramar; además, del Hotel Pipatón, entre otros.
Según el arquitecto del proyecto, uno de sus mayores aportes es que se trata de arquitectura bioclimática. Sin embargo, como ya hemos mencionado, esto no es algo nuevo para la ciudad, ya que Remberto Franco lo había hecho en el barrio El Parnaso. No obstante, el concepto que se debe tener en cuenta de cara a la crisis climática es la sustentabilidad, lo cual está relacionado con el uso de materiales, el manejo de aguas residuales, el tratamiento de residuos y el uso de energías limpias, etc. No obstante, este proyecto es una de las peores copias de lo que Puerta de Oro hizo en Barranquilla.
Frente a las obras restauración en el parque Santander, hay que señalar que no hay propuesta estética sino un verdadero derroche de cemento, de hecho las arepas paisas son de hormigón y, para completar, la solución técnica que se le ocurrió al arquitecto para colocar estos insípidos y nada inspiradores elementos escultóricos fue disponerlos sobre madera; para ello cubrió lo que antes era jardín, imposibilitando el contacto con la tierra y la exuberancia del color. Por lo que diseñaron una especie de tarimas, quizás pensadas para que la clase política tuviera un escenario más para sus discursos electorales.
Por otro lado, hay que advertir que las arepas paisas no dejan de ser elementos que ofrecen algún tipo de riesgo, dado que están simplemente colocadas y sin ningún tipo de anclaje, y si los niños o alguien quiere sentarse en ellas puede estar expuesto a un accidente. Esperemos que no. Además, al observar estos objetos, el arquitecto debe tener la convicción, como lo hacen desde la alcaldía, que vivimos en medio de un otoño permanente; por ello decidió que el color predominante de sus edificios, al igual que el de las arepas y demás mobiliario urbano, debía ser los inexpresivos e insustanciales tonos pasteles, como si la luz de la ciudad no fuera diferente; así mismo se deja entrever en ese continuum de su expresión arquitectónica un pésimo comentario a la obra del arquitecto Frank Ghery y muy malo por cierto.
Por otro lado, encontramos dos excéntricos kioscos metálicos cuyo techo termina al mejor estilo 'narcdéco': una hoja que no representa a la flora nativa y esperamos no sea la de coca para no mortificar a los de espíritu neoconservador de quienes ven demonios en todas partes y se rasgan sus vestiduras los sábados o los domingos en público durante los servicios espirituales como acto de contrición ante el oprobio o suscite controversia alguna porque algunos lo podrían entender en una oda al negocio del narcotráfico que usa la ciudad como una de sus rutas.
Otro aspecto que salta a la vista son sus dimensiones. Al parecer pensaron instalar verdaderos supermercados en pleno parque, porque no guardan ninguna proporción con el espacio. Además, los enfrenta, quizás para mantener la competencia por el mercado, porque no tiene ningún sentido estos aparatosos cajones en un parque tan pequeño y rodeado de tiendas, restaurantes y comercio, pero si resta espacio a los niños, a la posibilidad del encuentro y la movilidad.
Y como todo parece ser sui generis, colocaron una cómoda sala en la mitad del parque, pero eso sí, para que dure hasta la eternidad de los tiempos y la hicieron de cemento; quizás eso sea una muestra de cómo el diseñador entiende el concepto de lo bioclimático de su arquitectura, porque con el calor que hace en la ciudad, puede que muy pocos desearían sentarse sobre una brasa hirviente de cemento, además porque perjudica la salud.
Cocina tradicional
Como resultado del conflicto social derivado de la huelga de 1924, a los obreros petroleros no les quedó otra salida que echarle a la olla todo lo que tenían a su alcance. Así nació la práctica del sancocho trifásico, por lo que este sería el único plato de la culinaria tradicional barranqueña creado en la ciudad, porque el resto lo trajo el río.
Hay que anotar que con la segunda oleada migratoria llegaron los hombres de los pueblos de la ribereños en busca de trabajo a la petrolera y con ellos arribó no solo la fuerza de trabajo sino su cultura y sus sabores. De tal forma, que a fuego lento se terminó de hervir esa ecléctica mezcla que dio como resultado un encuentro entre algunos santandereanos que bajaron de las montañas de San Vicente de Chucurí debido a la relación con los primeros pobladores de la ciudad, cuando Barrancabermeja era aún corregimiento de este municipio y con quienes venían del río Magdalena.
Pero eso no fue todo, los norteamericanos de la Tropical Oil Company también trajeron lo suyo y con ellos llegaron ingleses, alemanes, italianos y todos ellos se reunían en el Club Internacional de El Centro; así todos eran extranjeros en estas tierras. Por eso, los blancos del norte trajeron a sus chefs y estos les enseñaron sus prácticas culinarias y técnicas a los cocineros de la petrolera, que como mi abuelo (Papá Chucho) y con él mi abuela (Mamá Inés) aprendieron de los extranjeros.
Ahora bien, quienes hablan hoy de la cocina tradicional sin haber leído el libro de Claude Levi-Strauss "De lo crudo a lo cocido" podrían estar hablando desde la lógica del sin sentido; porque lo primero que esto implica es una reflexión profunda sobre lo que significa la dignidad, lo que hacen y el valor de lo que defienden. Y todo esto sin literatura sería como un sancocho de pescado sin sal; por eso, se debería sumar de manera obligatoria la lectura de la novela de Laura Esquivel "Como agua para chocolate", porque aborda la pasión y el erotismo que tiene la cocina, no solo en los sabores, colores, texturas, sino también de los amores, las técnicas, la combinación de los alimentos y la historia que hay detrás de todo ello, porque no es suficiente con saber hacer, sino entender el porqué de lo que se hace, así se transforma el sabor en conjunción de identidad y territorialidad.
De otras realidades
Frente a todos estos fenómenos que subsisten en la ciudad, la pregunta obligada sería: ¿Cuál es el aporte de la universidad a la ciudad? ¿Acaso se ha hecho alguna investigación sobre las economías ilícitas, sus impactos socioeconómicos y las alternativas de salida que tiene hoy la ciudad? ¿Qué estudio se hizo sobre las consecuencias de la burbuja inmobiliaria o algún estudio comparativo sobre el encarecimiento de la canasta familiar que destruye la calidad de vida de los barranqueños y las opciones que tenemos? ¿Cuántos libros se han publicado sobre las redes de economía popular o de nuevos modelos de negocios como un acto de resistencia y de reapropiación del territorio?
¿Qué hace la universidad sus facultades de ciencias económica o la licenciatura en artes? Solo se convirtió en un dispositivo de transmisión de una tecne, porque el deber ser de los centros de estudios superiores es generar conocimiento y ser un foro para debatir sobre las realidades que enfrenta la sociedad, sino son recipientes vacíos que sirven de cajas de resonancia de la nada.
Mientras tanto, en nuestras calles, los jóvenes se dedican al sicariato, otros siguen sumidos en el abandono sin ninguna posibilidad que contribuya a transformar sus vidas, y algunos destruyen todo lo que encuentran a su paso. Recientemente, presencié cómo unas preadolescentes respondieron de forma vulgar a un padre de familia que llevaba a su pequeña hija a subirse a un columpio en un céntrico parque. Este les dijo que no los dañaran, pero ellas le gritaron de forma ofensiva e insultante que estaban en barranca, es decir, donde la gente hace lo que se les da la gana.
Tal vez, este podría ser uno de los indicadores del fracaso de nuestra educación que debería llamar la atención sobre los verdaderos impactos de la millonaria inversión de recursos que han hecho infinidad de entidades de cooperación extranjeras; sin embargo, este grotesco hecho quedará en la simple anécdota entre quienes lo presenciamos. Y entonces, ¿para qué sirve la educación estética en las instituciones educativas y qué investigaciones sobre sus verdaderos alcances y modelos pedagógicos se han desarrollado en la universidad?
Como dijo la escritora Simone de Beauvoir, "el opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre los oprimidos". Pero aunque en Barrancabermeja conocemos bien nuestros problemas, no los abordamos en toda su complejidad de manera seria, como lo diría el psicoanálisis en términos del concepto de verleugnung (forma de negación para mentirnos a nosotros mismos).
Por eso, es mejor decirlo claramente sin sonrojarnos: hoy todo esto revela el fracaso de buena parte del movimiento cultural de la ciudad, porque a pesar de las evidencias, se arrodillan ante sus verdugos como saltimbanquis del poder y prefieren guardar silencio frente a las realidades que promueve el alcalde Distrital Jonathan Stivel Vásquez Gómez y su Secretario de Cultura, Turismo y Patrimonio Alexis Sánchez Guerrero, mientras el mandatario sigue ocupado en defenderse ante la Fiscalía.
Fotografía: ©ArtistasZona, julio, 2024.
1 comentario:
Ese parque con esas arepas horrible. Un parque se debe hacer de naturaleza que se puedan contemplar zonas verdes.
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