miércoles, 12 de agosto de 2015

EN ALGARROBO: LA HISTORIA DE UNA SOCIEDAD FALLIDA


La Fiebre Blanca
Por. Victor Hugo

Cuando Manuel Joaquín Estrada Reyes, salió de su casa en San Jacinto, Bolívar, a sus escasos 21 años en 1950, no se detuvo ni un sólo instante para mirar atrás, simplemente inició su viaje, que días más tarde lo traería las tierras del municipio de Algarrobo.

A sus 84 años, 12 hijos y más de una decena de nietos, es uno de los pocos testigos y protagonista vivos de la “Fiebre Blanca” del algodón, que se tomó esta región del Magdalena.

Y es que el cultivo de algodón ocupó el segundo renglón en la economía nacional, después del café, por lo que significó su producción agrícola y la llegada de divisas por concepto de sus exportaciones; por otro lado, abasteció dos terceras partes de la industria manufacturera del país y cerca de una cuarta parte de la sector de grasa y aceites.

Así mismo, su cultivo llegó a ocupar cerca de 480.000 trabajadores en su pico más alto de su producción durante la época de su cosecha; además, consumía el 70% de los agroquímicos y absorbía un 30% del crédito destinado al sector agropecuario, como lo muestran los indicadores bancarios de la época.

El algodón llegó a Algarrobo en 1955 cuando desplazó el cultivo de yuca y maíz. Así se inició la “Fiebre Blanca”, recordaba don Manuel. Eran los días en que se inundaba más de la mitad del entonces Corregimiento que pertenecía a Fundación y que más tarde sería elevado a la categoría de ente territorial, en 1999.

“Cuando llegue a Algarrobo, trabaje en ganadería, hasta que de un día para otro, todo se llenó de grandes cultivos de algodón”. En efecto, Don Mane, como lo conocían todos en el municipio, llegó inicialmente a laborar en la que era la hacienda de Luis Mariano Bornacelly, ubicada en los predios donde hoy se encuentra Palmeras de la Costa.

Luego, se trasladó a la Finca España, quien lideraba la producción algodonera del municipio con 600 hectáreas sembradas; de tal manera, que entre 1964 al 1970 trabajó y aprendió todo sobre su cultivo. Fue en momentos, en que Estrada Reyes, decidió radicarse en el municipio que lo vio llegar con una pequeña maleta donde cabía su vida, la misma que comenzó a reinventarse al ritmo que producía la “fiebre blanca”, y donde se casó con María Reyes Pertúz, la mujer de su vida y con quien convivió 60 años. La misma, que hoy llora después de dos años de su muerte. Al salir de la España, comenzó a administrar fincas algodoneras, como la de “El Chicoral”, de Eduardo Sierra, donde afianzó sus conocimientos. Más tardes, se trasladó a Bosconia, y regreso tres años después al municipio de Algarrobo, donde nunca ha vuelto a salir.

La “fiebre blanca” tuvo su esplendor de 1950 a 1979, donde la economía algodonera fue sostenida por una tasa de crecimiento anual de un 13%, debido demanda de los mercados internacionales y la industria colombiana. Para esta época el Caribe colombiano producía el 75% de algodón del país.

Sin embargo, el auge del cultivo de algodón decreció y fue entre 1977-1979, cuando se inició su crisis que a la postre acabaría con la “fiebre blanca”, hasta reducir completamente su producción a comienzo de 1990. Tiempo, que se inició la apertura económica y la implementación del modelo de globalización.

Producto de ello, el Estado abandonó su política proteccionistas de la producción nacional, con la que había apoyado durante muchos años al sector textil; además, se presenta la quiebra de las principales empresas manufactureras, luego de los escándalos por sus dudosos manejos financieros y, para rematar se dio el auge del contrabando de telas elaboradas con fibras sintéticas, así finalmente el algodón quedó relegado.

A pesar de ello, hoy el 80% de su cultivo es de origen transgénico, es decir, modificados genéticamente, siendo estos ampliamente cuestionado por los expertos, debido a los graves riesgos que representa para la salud humana. De tal manera, que la apertura económica iniciada en el gobierno del expresidente Cesar Gaviria, acabó con los últimos y esporádicos cultivo de los departamentos Magdalena, Valle y Tolima.

En la actualidad, la producción vive un auge en los departamentos de Córdoba, Cesar, Guajira, Bolívar y Sucre, entre otras regiones del país, donde el Ministerio de Agricultura impulsa la siembra del algodón transgénicos o genéticamente modificados, sin que advierta las múltiples alertas mundiales y las prohibiciones que han hecho algunos Gobiernos en el mundo a este tipo de semillas, a raíz de las evidencias científicas que revelan los estudios sobre el tema de los cultivos biotecnológicos.

A pesar de las voces que se oponen a los cultivos transgénicos y de acuerdo con las cifras del Instituto Colombiano Agropecuario, en Colombia durante 2014 se sembró 118.899 hectáreas de algodón; al tiempo, que funcionarios del ICA y del sector privado, señalan las ventajas de esta semilla modificada genéticamente; según ellos, es resistente a las plagas y tolera la aplicación intensiva de herbicidas sin deteriorar su producción.

En Algarrobo, para Manuel Joaquín Estrada Reyes, los algodoneros libraron una feroz lucha contra el “picudo” conocido científicamente con el nombre de anthonomus grandis, un letal insecto que atacaba despiadadamente y sin tregua la planta. Para contrarrestar el pequeño animal se fumigaba hasta 18 veces sin resultado alguno y finalmente la producción presentaba reducciones considerables. De esta forma, una hectárea que arrojaba normalmente tres toneladas pasó a una, dejando ostensibles perdidas para quienes se dedicaban a su cultivo, haciendo esta actividad inviable económicamente.

Este “morrocoyito”, como lo llamaba Estrada Reyes, fue descubierto en 1932 en la Isla de San Andrés por el agrónomo Carlos Escobar. Posteriormente, 1951 fue reportado nuevamente en el Corregimiento de Ternera, en inmediaciones de Cartagena, sobre un cultivo de algodón; posteriormente, la población del insecto se desbordó y causó casi la desaparición de la producción algodonera del Caribe colombiano. Y para acabar de completar apareció el “coquito” otro insecto, que llegó de la Zona Bananera y complico aún más el panorama para los algodoneros.

Don Mane, recordaba con cierta nostalgia como se vivió en el municipio la época de la “fiebre blanca”: “Había un auge económico en toda la región, porque empleaba mucha mano de obra no calificada en todas sus fases de la producción, de las 5000 hectáreas que se sembraban en el municipio”. Tanto así que en la zona se encontraban cuatro desmotadoras donde se transformaba la fibra: la de Caracolicito, El Labrador, Aracataca y la de Algarrobo.



La cosecha temprana de algodón tipo Delta Pas 61, comenzaba, al rededor del 20 de noviembre y sobre el 20 de diciembre, Algarrobo recibía unos 5000 jornaleros, población flotante que migraba desde el interior y otras regiones del Caribe; esta actividad de recolección de la fibra se prolongaba hasta el mes marzo. Inmediatamente, después se iniciaba con la preparación de la tierra en el mes de mayo, para comenzar nuevamente el ciclo que duraba prácticamente todo el año.

Actualmente, el algodón es un recuerdo del un periodo prospero que duró más de 30 años y que significó crecimiento para los pobladores de Algarrobo. El mismo que concluyó apenas inició el 90, cuando llegaron los palmicultores y con ellos los paramilitares que arrastraron a la región al abismo de la muerte y el temor, del que hoy aún no se recuperan, porque la sombra de la impunidad ronda entre el río Ariguaní y las plantaciones de Palma Aceitera (Elaeis guineensis, comúnmente llamada palma africana).

“Este esplendor económico que vivió Algarrobo jamás volverá”, evocaba Manuel Joaquín Estrada Reyes, al señalar que su último trabajo como administrador algodonero fue en una plantación de 90 hectáreas en la Finca “La Panchita”, tiempo que a la postre serían los momentos agonizantes de la “fiebre blanca” y de la que ya casi nadie recuerda.

Fotografías: ©ArtistasZona, 2015 y 2016.

1. Manuel Joaquín Estrada Reyes (QDEP).
2 y 3. Lo que quedó de la Fiebre Blanca enAlgarrobo (Aquí quedaba la desmotadora de algodón).

2 comentarios:

Diana Arrieta dijo...

Papá que falta nos hace siempre té llevaremos en nuestro corazón

Anónimo dijo...

La finca chicoral era de Don Cardenio Andrade.