Hace unos años en la esquina: el parque
Por. Victor Hugo
Los jubilados de la historia Los zapatos amputados
El bus de madera
El desierto Ribaluz La paredilla Integrada La expedición tempranera Nuestra iguana y Mutis en los rincones de la escuela
El pito de siempre Ellas La bicicleta alcatraz del abuelo El pavimento derretido Los charcos adoloridos El insomnio de río
La silla en la puerta El viento anclado Las tormentas
La palabra inerte La consigna victoriosa Las bocas sedientas
El tren que llega Los obreros que esperan La hora cero
El miedo usurero La iglesia en venta Ezequiel y su biblioteca
El sicario a la espera Don Gastón y Don Erario El puerto en quiebra
La censura La última Fila en el teatro El agua en la reja
La luz a ciegas La mesa tuerta La deuda en la tienda
Las manos de tierra La protesta La noticia hambrienta
Y tu voz, esa que no encuentro,
mientras hoy te visito en este cementerio
Cuerpo, paisaje y política
Había una vez bajo del ancho cielo, un pueblo de hombres que bajaron de la montañosa serranía al gran río y otros desembarcaron sus vidas en el puerto para anclarse en medio de la selva y extraer el negro aliento de la tierra, donde los últimos Yariguíes aún soñaban con su libertad. En ese tiempo, los blancos extranjeros nos impusieron su Dios para robarnos el alma y justificar su genocidio; su mirada exotista, sus oraciones esclavizantes y las palabras para destruir nuestra civilización.
Había una vez, bajo del infinito cielo del universo, donde todo era perfecto, el mejor de los pretextos para adueñarse de la vida, a nombre de la inconmensurable idea del progreso, esa razón suprema para que los hombres dejaran de ser cautivos de la libertad de sus dueños, ese fue el engaño de occidente: una cruz de palo y la confesión de los pecados que nunca fueron nuestros.
Había una vez, bajo del infinito cielo del universo, un niño como el límite donde comenzaba el firmamento, tanto así que su padre lo quiso ahorcar en el propio vientre de su madre. Aunque, ese esfuerzo fue vano y grande la fatiga que le produjo su desprecio, lo vio nacer el día del mejor sol de agosto.
–Te acuerdas padre. Tus manos en el cuello de mí madre y mi asma después.
Había una vez, bajo del infinito cielo del universo, un niño insoportable como el límite donde comenzaba firmamento, que se inventaba historias e imágenes sobre el techo de donde provenía la luz yerta; por aquel tiempo, era lo maravilloso de la vida, su mejor época, la que se escribe con la fantasía de los cuentos y el resplandor sobre los espejos.
–Te acuerdas como me viste crecer padre. Cuantas veces me colgaba de tu mano para que me alcanzaras una estrella… Cuantas veces me colgaba de tu mano para alcanzar la luna, para traer de vuelta… Te acuerdas padre… Cuantas veces tu mano me abandonó a la hora de las cometas, las que nunca alzaron vuelo porque siempre se me quedaron ancladas en la tierra bermeja, como los trompos que se rehusaban a darle vueltas a esos días del destierro. Era lo maravilloso de una vida tierna.
Había una vez, bajo del infinito cielo del universo, un niño como el límite donde comenzaba el firmamento, rodeado de las maravillosas fiestas donde nunca fue invitado. Por esos días, se vociferaba sobre los frutos de la ciencia, los aciertos de la inteligencia, la sensatez de la política para esconder la revuelta; además, a su puerta tocaba el Estatuto de Seguridad Nacional, la defensa del orden y el policía que dejaba sonar el odio en medio de la protesta; al tiempo, que la radio repetía incesantemente, la legítima necesidad con que ellos, se repartían las fronteras y hasta las sobre banderas las estrellas.
Había una vez, debajo del infinito cielo del universo, un niño como el límite donde comenzaba el firmamento, que entre risas y sustos fue a la escuela, él ábrete sésamo de la razón y piadoso iba a la iglesia.
–Te acuerdas que me enseñaron ir a la iglesia. Era el paseo de los domingos. Al frente quedaba el Parque. Tenía columpios, un carrusel mecánico, el machín machón, el resbaladero y Mi Ángel.
Había una vez, bajo del infinito cielo del universo, un niño como el límite donde comenzaba el firmamento donde todo no era perfecto.
-Te acuerdas que el parque desapareció... Donde estará… A dónde se lo llevaron, en qué cementerio enterraron nuestros sueños… Muéstrame su lápida… Quisiera saber donde esta para prenderle una vela y llevarle flores a este sueño muerto… Te acuerdas…
(-Para donde vamos -preguntó el niño debajo del infinito cielo del universo, al pie de la sepulcral voz. Su padre siempre prefirió su muerte antes que dar una respuesta, desde mucho antes que el niño naciera, ya tenía la condena de la razón y la mutilación del cuerpo.)
Sinopsis
“El tiempo, acecho inefable del paso de la luz que golpea contra el muro, la piel, esta mole de yeso y mi historia junto a tus pies: Mi Ángel”.
Abordar el tema del cuerpo -que deambula entre la naturaleza y el artificio (1)-, su mutilación, su presencia dentro de la historia política y la re-valorización del icono dentro de la fragmentación del paisaje urbano y la puesta en escena del patrimonio inmaterial de Barrancabermeja, su historia de sueños y traiciones e involucrar el horizonte simbólico de lo poético frente a la realidad, a partir de la producción de una imagen que también nos permita reflexionar sobre el arte y cultura.
(1) DORFLES, Gillo. "Naturaleza y Artificio". Editorial Lumen. Barcelona, 1972. Págs. 280.
Foto: Hugsh. "Mi Ángel o Las Mutilaciones del Cuerpo" (Parque Infantil de Barrancabermeja). Fotografía B/N. Díptico. 180x130 cms. 2009. Seleccionado al 13 Salón Regional de Artistas, Zona Oriente (2009).